UN PERRO NUNCA ENTRA EN UNA CASA en la que hay hambre
En mi niñez Cereceda era un pueblo con muchos gatos y gatas.
También había muchos perros. En todas las casas había un perro, unos lo necesitaban - el carea - para el cuidado de las ovejas y otros tenían un perro para que guardara el corral y espantara a la zorra si se le ocurría acercarse a la busca de alguna gallina.
Los perros comían las " sobras " de las comidas y algun rebojo de pan duro, o buscaban la lata de las gallinas en la que se mezclaban patatas del caldero y harina del molino.
Pero siempre hubo algunos perros que andaban " faltos de comida " y se dedicaban a cazar por el Ejido las crías de perdiz o los huevos de algún nido o los " gazapos " de la camada de las liebres.
Esos perros también se colaban en alguna casa y eran " echados a la calle " a escobazos.
- Nunca verás que un perro entre en la casa que hay hambre, decía mi padre.
Los perros conocían las casas en las que el hambre - del 1942 al 1948 - estaba presente.
- Si hay muchos muchachos en la casa, el perro nunca entra ni al corral ni a la cocina, porque sabe que allí hay poco que " rustrir ", decía mi abuela Fausta.
El dicho popular se veía reflejado en las casas de los cuatro barrios del pueblo, desde La Esquina al Chapatal, y desde la Plaza hasta el Altozano.
Foto Google.com
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