lunes, 23 de septiembre de 2024

 EL OTOÑO DE LOS ROBLES




Reconozco públicamente que a mí no me gusta el otoño.

Quizás porque yo nací en primavera.

El otoño no me ha gustado nunca.

El comienzo de las clases cuando era estudiante en Salamanca, suponía dejar el pueblo y marcharme a vivir a la capital.

Y yo, que soy de pueblo, llevo muy mal la vida de la capital.

Así, de golpe.

Dejar la azada y los pantalones de pana o las albarcas era un sufrimiento pues mis pies no querían sentirse prisioneros de los zapatos.

Cuando pasaron los años y comencé mi " trabajo " de maestro, el otoño me traía una nueva preocupación ante la llegada de la juventud que acudía a las aulas, tanto en un pueblo como en la capital.

Tampoco a los robles de la dehesa boyal de Cereceda les gusta el otoño.

Se quedan desnudos y sus " ropas " son repartidas entre los vecinos en forma de " quiñones " y llevadas a los corrales para servir de cama a los animales.

Los " secarones ", que estaban ocultos entre las hojas verdes, ahora aparecen a la vista del viento cierzo que se encargará de echarlos al suelo y, encima de los carros cargados de hoja, llegarán a las lumbres de las cocinas.

El otoño pone tristes a los robles de la dehesa, como me pone triste a mí y a mi huerto.

Y yo me dedico a podar, en la fase de cuarto menguante, y mi huerto se queda triste y " desnudo " con el otoño.


Foto  salamancartvaldia.es





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