CAMINO AL SOL
El sol del amanecer nos alejaba del pueblo y el sol del atardecer nos devolvía a nuestras casas.
Nuestros caminos eran de tierra y el paso de los carros marcaba unas zonas en las que la hierba no podía crecer. El centro del camino siempre estaba más elevado y en él crecía la hierba casi durante todo el año.
Los burros caminaban por uno de los carriles de las ruedas de hierro de los carros con su paso cansino y la mirada perdida en el infinito.
El camino más importante de Cereceda era el camino Valdecarros.
Valdecarros era el final de un camino de varios kilómetros que todos los vecinos del pueblo hicimos muchas veces.
Primero para roturar la zona de monte que correspondió a cada uno. En Valdecarros había unas tierras de cada vecino a las que llamábamos " suertes. Había que ir muchos días a arrancar las raíces de los robles una vez que los árboles fueron cortados con sierra y destral.
Después fuimos con el carro de vacas a buscar las raíces que calentaron las casas y sirvieron de combustible para cocer los calderos de patatas y remolachas para los cebones.
Más tarde comenzó nuestro peregrinaje con el arado encima de los cuernos de las vacas, uñidas al yugo, y sobre el que llevábamos el saco de heno que las " entretenía " al mediodía mientras el dueño comía los garbanzos y extendía sobre el trozo de pan el tocino cocido y el chorizo. Esa era la comida de cada día de la semana en las tierras de Valdecarros.
Tuvimos que realizar con el arado todas las faenas que la cosecha de trigo exigía. Durante diez años las suertes de Valdecarros produjeron carros y carros de trigo.
Aquel camino es hoy una pista de tierra pero carros, vacas y burros lo han abandonado y solamente algún " gato " ganadero acude a visitar las vacas y los churros que pasan en el cercado de Valdecarros unas temporadas cada año.
Aquel camino que se dirigía desde el pueblo hasta la puesta del sol dió vida - raíces, trigo y yerba - a los vecinos, ayer abundantes y hoy escasos, que llenaban de vida las calles de Cereceda.
Foto pinterest.es
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