EL HAMBRE PASÓ POR LA PUERTA DEL PASTOR PERO NUNCA ENTRÓ
Hasta sus casas, sin luz y sin agua, construídas al abrigo de alguna " mata de encinas ", me acerqué muchos domingos por la mañana acompañando a mi tío Horacio y a " la burra que sabía latín ", para vender alubias, blancas o pintas.
Las mujeres salían a la puerta, casi siempre rodeadas de una prole abundante, para decir a mi tío los kilos que querían, y mi tío se los pesaba en la romana chica que llevábamos en la burra, mientras yo anotaba en un cuaderno con un lápiz las pesetas o los reales que valían.
Ese dinero solían pagarlo cuando su marido cobraba o cuando ellas vendían huevos o algún pollo o algún conejo de los que criaban en las proximidades de la casa.
Alguna vez, que ya eran las menos, todavía vivían en chozos. Eran dos chozos : uno con la lumbre en el centro para hacer la vida diaria y los trabajos derivados del ordeño de las ovejas, y otro para dormir.
Yo lo miraba todo con ojos de " niño de pueblo " porque en Cereceda todas las familias vivían en una casa, casi todas con entrada por el corral, y en ella estaban la cocina y la sala con alcobas para dormir.
Recuerdo el refrán que un día un pastor, ya anciano, sentado en un tronco de encina a la puerta de la casa le dijo a mi tío : " El hambre pasó por la puerta del pastor pero no entró " porque ellos tenían huevos, conejos, gallinas, leche y queso.
Solamente les faltaba el pan, pero el pan tampoco " sobraba " en Cereceda.
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NOTA . - La publicación de las referencias del libro " Elogio de Salamanca " continuarán, Dios mediante, al inicio del próximo curso.
Muchas gracias.
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