domingo, 26 de diciembre de 2021

 LAS CANTINAS DE LA LECHE




Durante tres cursos fuí maestro en una escuela unitaria de niños.

Los alumnos vivían repartidos por los caseríos de la zona y sus familias eran o mineros o trabajadores en empresas en las márgenes del Nervión o lecheros.

A mí me gustaba acercarme a los caseríos para conocer a la familia de los alumnos y me ofrecía para realizar aquellos trabajos que yo había aprendido en Cereceda.

Sabía manejar la horca de hierro para echar el heno o la hierba recién segada a las vacas lecheras y, también con esa horca, ayudaba a sacar el estiércol del ganado vacuno.

En cambio, yo desconocía el arte de ordeñar a mano las vacas lecheras. 

En Cereceda ordeñaba las cabras en el corral o en las Salgaeras o en la Rutela o en el Valle Trigal, pero las vacas lecheras eran unos animales con los que no " me había criado ".

Yo ayudaba a echar la leche de las herradas de ordeñar en las cantinas de la leche. Así las llamaban los aldeanos.

Esas cantinas se quedaban al sereno durante la noche, a la espera de la llegada del camión de la central lechera que acudía cada mañana hasta el lugar señalado. Antes había que cargarlas en la burra, dos en cada lado, y bajarlas por caminos de piedras sueltas y agua entre ellas.

En ese pueblo, al igual que en todo Euzkadi, la lluvia nos acompañaba la mayor parte de los días del año.

Mi visita a los corrales de los caseríos y el mugir de las vacas me recordaban al mi pueblo.


Foto  pinterest.es



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