EL PAN CON OJOS, EL QUESO SIN OJOS Y EL VINO QUE SALTE A LOS OJOS
A las " masadoras " de Cereceda les gustaba que su pan tuviera ojos porque así demostraban que habían esperado con el pan en la " cama " hasta que estuviera a punto para meterlo en el horno.
En invierno " costaba mucho que el pan creciera " porque había heladas y nevadas que conseguían que se enfriara hasta la cocina de casa. Y eso que mi madre le ponía un brasero debajo del escaño donde hacía la cama para el pan.
" Recuerdo que el año que trajeron la imagen de San Pablo, que tú has subido a la tribuna, encendimos el horno al venir las cabras ", me contó mi tía Luisa.
El queso de cabra y de oveja que hacía cada casa para su consumo tenía que estar " sin ojos " para que estuviera bien hecho.
Había que dejar que la leche se cuajara antes de ponerla en los cinchos de aros de castaño y " apretar bien con las manos, que te dolían las muñecas ". Ese queso se curaba en una tabla en el portal de casa hasta donde llegaba el calor de la lumbre y el olor de las bardas de roble. Si se metía en aceite, " chupaba muy poca porque no tenía ojos, y se ponía una corteza por encima pero dentro el queso estaba fresco como el primer día ", decía mi madre que aprendió el oficio " de niña " en casa del abuelo Matías, su padre.
Mi padre, tabernero muchos años, decía que " el vino tenía que entrar primero por los ojos y luego por la boca ". Yo le dije muchas veces que a mí no me entraba por los ojos porque en las bodegas de sus amigos de la Sierra había una bombilla que alumbraba menos que una cerilla, ¿ Cómo iba a ver el vino ?. Ese vino en un vaso " con el culo gordo de cristal " tenía unos colores preciosos. Esos colores eran distintos cuando se miraba en un vaso normal y a la luz del sol.
" El pan con ojos y el queso sin ojos y el vino que salte a los ojos ", era una sentencia de Cándido, el tabernero de Cereceda.
Foto pinterest.es
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