EL VALOR DE NUESTRA PEQUEÑEZ
Este artículo fué publicado en el nº 6 de la Revista PATALOSO. Agosto 2.021.
Su autor es Alfredo Fernández, Párroco de Cereceda.
Hace apenas unos meses, todavía en plena " normalidad pandémica " , ésa que ha venido precisamente a revolucionar nuestra normalidad y a alterar nuestra vida toda, llegaba yo a Cereceda, nuestro pueblo, como su nuevo párroco.
No era para mí un pueblo desconocido. En un par de ocasiones había celebrado ya como sacerdote en su templo parroquial en tiempos de nuestro querido y recordado D. Esteban, y a petición de éste.
Tampoco era un lugar que no suscitara resonancias afectivas en mí. Los lazos que me unían, ya de pequeño, se remontan a mi tío abuelo por vía materna, Isidro Marcos de Paúl y su hermano, y luego también hermano mío en el sacerdocio, Serafín Marcos de Paúl.
Ambos me habían hablado ya siendo yo niño de Cereceda y con Serafín visité por primera vez este pueblo cuando era un adolescente.
Pero es cierto que no habían pasado de ahí los contactos. Ya ordenado sacerdote, en septiembre de 2.005,soy enviado al arciprestazgo de Nuestra Señora de la Peña de Francia, el nuestro en concreto, a seis pueblos pequeños de la zona del Arciprestazgo más cercana a Béjar.
Durante los ocho años siguiente, hasta septiembre de 2.013 viví en Horcajo de Montemayor aprendiendo entre sus buenas gentes a ser pastor de almas, tarea y vocación preciosa pero no siempre fácil de llevar a cabo. Junto a Horcajo atendí en esos años las parroquias de Colmenar de Montemayor, Pinedas, Valdehijaderos, Aldeacipreste y Valbuena.
¡ Cuánto he aprendido en esos benditos pueblos y a los que nunca podré olvidar !.
Pasados esos ocho primeros años de ministerio, nuestro obispo D. Carlos López, decide enviarme a La Alberca, Sotoserrano, Madroñal, Herguijuela de la Sierra, , Rebollosa, Monforte de la Sierra, Nava de Francia y El Cabaco. Nuevo destino y primer desgarro importante del corazón al despedirme de los primeros pueblos y sus gentes.
Es cierto que seguía cerca, en el mismo arciprestazgo, pero la multiplicación de tareas y el lógico y necesario espacio que hay que dejar al nuevo párroco hacía que la comunicación y la presencia fuera disminuyendo cada vez más.
Aprendí así una nueva forma de servicio, desde la oración y el recuerdo agradecido.
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