EL RASTRO CON DIENTES DE HIERRO
En todas las casas había rastros que tenían el mango de madera y los dientes también de madera.
Esos rastros los usábamos para juntar hoja.
El Ayuntamiento hacía quiñones de hoja y, tras el sorteo con números metidos en una gorra y una mano inocente que los iba sacando, se asignaba a cada uno de los vecinos que se habían apuntado en el ayuntamiento, un quiñón.
Había que rozar las zarzas y los pequeños matorrales para juntar las hojas caídas de los robles. Las hojas se juntaban con el rastro de dientes de madera.
¿ Que se rompía un diente ? Se cortaba una rama de algún bardón - una barda joven - y con la navaja que todos los " gatos " llevaban siempre en el bolsillo, se hacía otro diente para seguir trabajando.
Material barato y " carpinteros de navaja " porque la cabeza del rastro se hacía de un bardón en los días de invierno en el corral, que era un lugar calentado por las vacas y los otros animales,y protegido del hielo del tejado por el pajar del heno y el de la paja.
Pero en todos los corrales y colgado de un trozo de barda metido en un agujero de la pared, descansaba un rastro de hierro.
Tenía la cabeza de hierro y los dientes eran también de ese mismo material.
El rastro de hierro se compraba en el comercio de Robisardo Peix algún martes que se hubiera ido a la feria a Tamames.
Ese rastro de hierro se utilizaba para rastrear los canteros sembrados de patatas: se iba quitando tierra de los cerros de los surcos para ayudar a los brotes de las patatas a salir.
Era un trabajo para especialistas y, en Cereceda, todos los " gatos " y las " gatas " y los " gatines " éramos especialistas en rastrillar las patatas.
Yo rastrillaba con un rastro de hierro el surco de ajos que mi madre sembraba todos los años, junto a la pared del huerto que teníamos en la Calleja el Castaño.
Foto pinterest.es
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