REGALO DE HUEVOS AL CRISTO DE ZARZOSO
Mi padre, tabernero en Cereceda, tenía la costumbre de acudir cada 3 de mayo a los campos de Zarzoso, con el permiso del tío Quico y del tío Máximo, los taberneros del Cabaco.
Madrugábamos mucho porque las vacas caminaban despacio y el viaje a Zarzoso por carretera nos llevaba hasta el Cabaco y después hasta la carretera que, tras pasar el puente sobre el río Yeltes, nos aproximaba hasta las cercanías del convento.
En el carro, además de un saco de heno para la comida de las vacas, llevábamos nuestra merienda y vino, gaseosas, licores, café para preparar unas cuantas cafeteras en una lumbre junto a la pared del " cercao", vasos de cristal - los vasos de plástico llegaron cuando mi padre dejó la taberna del pueblo - y, todos los años, una o dos docenas de huevos " para las monjas " - decía mi madre.
El Cristo de la Luz, la imagen de un Cristo Crucificado de gran tamaño que al llevarlo a hombros a mí me parecía más grande todavía, presidía la celebración y era sacado a hombros por el campo entre las encinas para escuchar las peticiones de los romeros. La petición era, un año tras otro, la lluvia..
Mi madre, digo yo, que habría hecho alguna promesa al Cristo de Zarzoso por la salud de la familia o de los animales o por la cosecha de trigo o de patatas, me sentaba en el carro y me pedía que no me durmiera y que, " nada más llegar, le llevara los huevos al " torno " de las monjas franciscanas del convento."
Yo cumplía con el " recao " de mi madre y la monja portera me regalaba todos los años un escapulario de la Virgen del Carmen.
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