MI VERANEO " GATUNO " ( continuación )
De la cocina ansío mi sitio en el escaño, donde también dormí muchas siestas. En el rincón estaba la radio que se escuchaba en silencio monacal y en la pared colgaba la escopeta del abuelo con la que un día mató siete pájaros de un solo tiro y a mí me sonaba al cuento del sastrecillo valiente que de un golpe mató a siete moscas. En la chimenea, en calderos colgados de las llares, se cocían patatas y remolachas para los cerdos y cogíamos brasas para encenderle el cigarro al abuelo con unas tenacillas pero me gustaba más utilizar el fuelle y hacer saltar chispas y animar el fuego.
Y me gustaba la leche de cabra migá y aquella nata que resultaba de cocerla para despedir el día y rematar la partida de brisca o de tute tras la sobremesa.
Enfrente de la cocina estaba la bodega que tenía un sótano que olía a humedad. Qué miedo si me dejaran allí encerrado ...
Al fondo estaba el corral con su pocilga y sus cerdos, unos grandes o cebones, y otros pequeños o garrapos. Allí me bañaban en un barreño con un agua que recién sacada del pozo estaba helada pero que despertaba al instante.
Al piso de arriba se subía por una amplia escalera de madera con un rellano en el que siempre que subía o bajaba esperaba que no me ladrase la zorra de escayola desde su peana.
La primera habitación con balcón a la fachada era el comedor y me gustaba por el saco de azúcar allí guardado del que buena cuenta dí de muchos de sus terrones. A las habitaciones de la derecha apenas entrábamos pero en la primera se colgaban jamones preparados para las meriendas de verano e invierno. Siempre tenía la puerta cerrada para que no entraran los gatos.
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