MOJAR LA PALABRA
La frase se la escuché a los jurdanos.
Ellos me contaban que en su tierra era costumbre saludar respetuosamente a los amigos, " echar con ellos un parlao y mojar la palabra."
Significaba que después de parlar en la calle o en la cuadra, acudían a la bodega o a la taberna para mojar con una media azumbre de vino las palabras.
Esa era la forma de concluir cualquier venta o cualquier compra. Era parecido al alboroque, pero sin intermediarios y con la invitación pagada por el del pueblo.
En las frías noches de invierno y alrededor de la lumbre, mi padre me miraba asombrado porque a mí me gustaba escuchar todas las historias que las gentes llegadas a la posada, me contaban.
Recuerdo un aceitero de Ladrillar que venía muchas veces a Cereceda con su mulo, unas veces con aceite, otras con aceitunas, y algunas con miel, que me contaba historias de mujeres moras que se enamoraban de los jurdanos jóvenes que guardaban las cabras por las sierras y, si no se querían quedar con ellas a vivir en una cueva, los hechizaban y los convertían en piedras que la mora escondía en el fondo de la cueva.
Mi madre me " mandaba " a la cama, pero el jurdano le decía a mi padre : " señor Cándido, invite usté con una copa de aguardiente pa mojar las palabras."
Y mi padre ponía encima de la camilla una botella de aguardiente, de las gaseosas de Tamames, y dos copas, porque a mi padre le gustaba beber una copa con su amigo jurdano.
Aquel recuerdo siempre va unido a mis años infantiles en los que yo tenía una escuela por el día con Don Lamberto de maestro, y otra escuela por la noche en la cocina de la posada con cambio casi diario de maestro.
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