SOÑAR DESPIERTO
En el colegio de los Padres Claretianos de San Martín de Trevejo me enseñaron a soñar.
Primero porque el viaje desde Salamanca hasta ese pueblo lo hice en tren y en coche de línea.
Yo conocía el coche de línea porque Cereceda estaba unido con la capital por un coche de línea que salía de Villaneva del Conde muy temprano y pasaba por la plaza del pueblo poco después de las 7 de la mañana.
Nunca había visto un tren y, mucho menos me lo imaginaba como después comprobé que era.
Máquina de carbón que echaba humo, ruido ensordecedor y vagones " corridos " con asientos de listones de madera.
Una vez en el colegio aprendí muchas cosas nuevas: Allí te enseñaban latín.
Ahora podía entender lo que decía Don Antonio en la misa o lo que cantaba el señor Eleuterio, el sacristan.
Y también entendía lo que yo, " como un papagayo " que decía mi tía Floripe, repetía en los oficios religiosos.
Además aprendí a vivir fuera de mi casa.
Tuve que dejar mis vacas y mis churrinas y mis ovejas y mis corderines, y mis cabras y mis chivines, y mi burra y mi carea y mi gata Rabona y mis gatines.
Pero lo que más me dolió fué dejar a Don Lamberto, mi maestro, y a Don Antonio, mi cura del pueblo.
A cambio de tantas pérdidas, empecé a soñar:
" Nuevos amigos, nuevos " curas ", nuevas clases, nuevos estudios, nuevas comidas, nuevos caminos, nuevo río, y, a lo lejos, el, pico Jálama que no me dejaba ver la Peña de Francia.
A mí, monaguillo de pueblo, me hacía " soñar " el rosa - rosae de la primera conjugación.
Como ven, un muchacho de 11 años, puede " soñar despierto " aunque sea en latín.
Foto pinterest.es
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