LOS ESCAÑOS DE LA TABERNA
En mis años de estudiante en Salamanca conocí los sofás pegados a la pared en algunas cafeterías.
Eran sofás elegantes de cuero en los que se sentaban los " sabios " de la ciudad y " formaban " la tertulia.
En la taberna de mis padres había dos " escaños " en la cocina, pegados a la pared, y en los que se sentaban aquellos " gatos " viejos a los que le gustaba tomarse el café sin el bullicio del mostrador y sin los cuchicheos o los gritos de " los jugadores de cartas ".
Los escaños eran bancos con respaldo en los que se podían sentar hasta cuatro personas.
A mí me gustaba escuchar lo que decían o intervenir en sus conversaciones cuando mi madre - la " dueña y señora " de la cocina - no me veía.
Los niños teníamos prohibido escuchar las conversaciones de las personas mayores.
Esos escaños - de madera de roble y con tableros muy gruesos - siempre estuvieron en la cocina.
Había algunos " clientes " de la taberna que tenían la " propiedad " de algún pedazo del escaño y nadie les discutía ese privilegio.
Sentados en ellos no estorbaban el ir y venir de mi madre - la dueña de la lumbre - ni corrían el peligro de quienes se sentaban en las sillas al pasar las viandas de meriendas o de cenas.
Foto pinterest.es
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