CERNADA
Es el nombre que mi madre le daba a la pequeña montaña que preparaba junto a uno de los tizones cuando se iba a la cama.
Arrimaba todo el borrajo - las brasas de la lumbre - junto a uno de los dos tizones que conformaban el fuego y lo tapaba con ceniza.
Ese fuego lento y escondido permanecía durante toda la noche esparciendo calor por la casa y evitaba que alguna chispa saltase a las sillas bajas o a los dos escaños que había en la cocina.
La señora Encarna me contó que su madre y muchas " gatas " tenían la costumbre de colocar encima las tenazas - estenazas en el idioma " gatuno " - formando una cruz para proteger la casa y la familia y el ganado durante la noche.
Era una protección contra el fuego y contra la helada que en invierno caía del cielo estrellado todas las noches.
El primero de la familia que se levantaba, abría esa especie de carbonera y colocaba sobre las brasas un " brazao " de bardas o de escoberas o de brezoos secos para que el fuego renaciera.
En mi casa ese oficio lo hacía mi padre.
A continuación añadía raíces de Valdecarros y, en cuanto había nuevas brasas, asaba un trozo de pan y acercaba a los labios la botella de aguardiente.
Esa costumbre era " tradición " en todas las casas del pueblo.
Después los " gatos " encendían con un palo ardiendo el primer cigarro del día y, sentados en el escaño decidían en qué momento salían al corral para ver el ganado y abrir la puerta de arriba y mirar al Codorro y a la Peña de Francia para adivinar el parte meteorológico.
Al rato se oía el ruido del coche de línea que llegaba a la plaza para acercar a algún " gato " o a alguna " gata " o a " gatines " a la capital.
Foto Google.com Calentarse las manos a la lumbre.
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