SIN AMBICIÓN NADA SE COMIENZA. Sin trabajo nada se termina
La frase se la escuché muchas veces al tío Manolo el herrero en su fragua cuando se estaba roturando Valdecarros.
Los " gatos " acudían al oscurecer a la fragua a aguzar la espigocha o a " echar puntas " porque al día siguiente había que recorrer otra vez el camino Zarzoso para llegar a la suerte que estaban roturando.
Mi padre tenía cuatro suertes. Dos suertes chicas - el Corcino y por bajo el camino- y dos grandes - en la calzada romana y en el alto del corcino.
Fué la ilusión de un ayuntamiento y la " necesidad " porque las tierras no daban trigo para comer en un pueblo con 504 vecinos y unas cuantas bocas en cada casa, quien les obligó a solicitar la roturación de Valdecarros.
Pero, tras el comienzo con el sorteo de las suertes, llegó la hora de trabajar.
Yo fuí muchas mañanas con la cesta de la comida a mi padre, cuando D. Lamberto nos enviaba al recreo a las doce - habíamos entrado a la escuela a las diez y media - y me quedaba con 9 años " sacudiendo raíces " y " perdía " la escuela porque había que sembrar de trigo las suertes " pa comer ", decían las " gatas ".
Hacía falta ambición para comenzar a roturar, pero se necesitaba mucho trabajo de calabozo y de espigocha para roturar la suerte y quitar las piedras y arrancar las " toconas " de los robles porque después llegarían las vacas con el arado romano en una tierra hasta ese momento de monte y de prado.
Ahí se forjó nuestro carácter, el carácter de los " gatines " y de las " gatinas " sacudiendo raíces o echándolas al carro de las vacas, cuando teníamos la edad para estar en la escuela aunque fuera con una lata de sardinas llena de brasas.
En Valdecarros aprendimos que debíamos trabajar para llegar a ser " gatos " o " gatas " como nuestros antepasados.
Las tardes en Valdecarros fueron nuestra " escuela de la vida " y el trabajo nuestro maestro o maestra.
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