LA BOLSA DE AGUA CALIENTE
Un día la plancha de hierro que mi madre calentaba en las brasas de la lumbre y envolvía en una toalla vieja y nos ponía en la cama de la sala antes de acostarnos, apareció retirada de la lumbre y metida bajo el escaño, cuando yo volví del rosario.
Con el mismo cariño de todas las noches del larguísimo invierno " gatuno " la coloqué sobre la lancha la lumbre cerca del puchero en el que se cocían las patatas para la cena.
Mi madre me " mandó " que la retirara porque " la tía Maxi ha traído de Salamanca una bolsa pa la cama ".
Mi tía Maxi estudiaba Magisterio en la Escuela Normal de Salamanca y " por orden de la abuela Fausta " había comprado dos bolsas de agua para la cama.
Una se quedaría en la casa de mi abuela y la otra estaría en mi casa.
Antes de sentarnos a la camilla de la cocina para cenar, mi madre llenó la bolsa con agua del calderete que siempre estaba colgado de las llares sobre la lumbre y la llevó a la sala grande para ponerla en la cama en la que dormíamos mi hermano y yo.
Yo la seguí pues quería ver el " milagro " de la bolsa de calentar la cama y, cuando mi madre regresó a la cocina, yo levanté la ropa de la cama para contemplarla de cerca. La toqué y quemaba aunque estaba envuelta en la toalla vieja que cada noche envolvía la plancha.
Mi madre se levantó tres veces de la camilla para vigilar la bolsa. Temía que se rompiera o que el agua se saliera aunque aseguró a mi padre " que la había cerrado bien ".
Cuando me fuí a dormir toda la cama estaba caliente porque mi madre la había movido desde los pies hacia la cabecera en sus visitas a la bolsa.
Mi miedo a la bolsa de agua desapareció cuando mi madre la sacó de la cama y se la llevó a la cocina " pa echar otra vez el agua en el calderete ", me dijo.
Así fué mi primera noche invernal sin mi " amiga " la plancha de hierro pero con una bolsa llegada de la capital para calentar la cama.
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