QUITAR LOS TALLOS A LAS PATATAS
Cuando sacábamos las patatas en los linares, era normal que mi padre las vendiera.
Convenía venderlas desde el linar porque pesaban más pues tenían tierra y porque nos ahorrábamos el trabajo de vaciarlas en el cuarto de las patatas y tener que cogerlas y meterlas de nuevo en sacos a la hora de venderlas.
Si el precio de venta era " muy bajo ", mi padre decidía que lo mejor era guardarlas en el cuarto y esperar un precio mejor.
El cuarto de las patatas estaba al nivel del corral para evitar subirlas al sobrao y tenerlas a mano, tanto para el consumo humano como para echarlas en el caldero donde se cocían como alimento para los cebones.
El cuarto tenía las paredes de adobes y el piso de barro.
Mi padre barría el cuarto de las patatas y allí íbamos vaciando los sacos al llegar de los linares. Reculaba el carro a la puerta y sin esfuerzo, " a la pata llana " las vaciábamos.
En invierno las patatas nos exigían dos trabajos: ponerles " gelechos " encima, " tapar las patatas ", decía mi padre, " pa que no se helasen ", y quitarles los tallos.
Ese trabajo consistía en irlas moviendo y quitando los tallos que hubieran brotado y eliminar las patatas que se hubieran podrido, " las patatas pochas ", decíamos.
El día que alguien venía a comprarlas, se llenaban los sacos, se hacía un promedio del peso de unos sacos con otros, y " a tanto el kilo por los kilos de promedio, se vendían y a cobrar normalmente en la taberna pues el almacenista pagaba en la taberna ".
Cereceda, " el pueblo de los gatos " era también conocido con el nombre de " el pueblo de las patatas ".
Foto elespañol.com
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