viernes, 7 de noviembre de 2025

 DESDE PEQUEÑÍNES EN EL HUERTO




Quienes nacimos a partir de 1939, fueras niño o fueras niña, aprendimos a cultivar los huertos desde

 pequeñines.

Nuestras madres nos envolvían en la toquilla hecha de la lana de las ovejas de la familia, y en ella

 dormíamos, si era necesario, en el vado de un surco de patatas o de remolachas o de frejones.

Los huertos estaban muy cerca de las casas pero " no se podía dejar a los pequeñines solos en casa, así

 que los llevaba al huerto ", me dijeron algunas " gatas " cuando les pregunté por la crianza de su

 familia.

Y, cuando llegaba el tiempo de las Eras y el Teso, la sombra del carro o de una hacina o el sombrajo

 levantado con cuatro ramas de roble y unas escobas, servía de cuna para " dormir la siesta ".

La ventaja de llevar a la " gente pequeñina " a las Eras o al Teso o las praos en los que se trillaba (

 algunos años se trilló también en la Vega ) era, según mi madre, que allí había muchas " rollas ".

La " rolla " era la persona femenina que se encargaba de cuidar a los muchachines y a las muchachinas.

El peligro eran el tamo y las moscas y los mosquitos.

El tamo eran los pedazos pequeñísimos de la paja y que el viento metía en los ojos y los oídos de las

 criaturitas.

En los huertos el peligro era el agua que rompía los cortaderos y se " iba por donde quería y por allí

 estaba el muchacho durmiento ".

¡ Tiempos felices en un pueblo plagado de lloros de chiquitines !.


Foto  Google.com











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