martes, 4 de enero de 2022

 NUNCA VAYAS A VER A UN AMIGO sin llevar algo en la mano


Es un refrán que aprendí de mi abuela Fausta y que escuché muchas veces a mi padre.

Cuando yo tenía ocho años empecé a subir a La Bastida, el pueblo de mi abuela Águeda, la segunda mujer de mi abuelo Matías.

Para subir a La Bastida me iba por la carretera hasta la Peña el Gato y después seguía por un camino entre escoberas hasta salir al cruce de la carretera que va a Cilleros desde la casilla de Aldeanueva.





Siempre que subía, por encargo de mi madre, llevaba en el fardel un pan o dos de los que " masábamos " en casa. Ése era el regalo que yo le llevaba a las hermanas de mi abuela. La Bastida por aquellos años tenía pocas tierras en las que se sembrara trigo. La Bastida fué siempre un pueblo ganadero, cabras y ovejas.

Un pan de harina de trigo, " masado " en casa y cocido en el horno del sobrao era, según mi madre, el mejor regalo que yo le podía subir a los familiares.

Yo subí también muchas veces a los Rasos, a la casa que tenían unos familiares de mi abuela Fausta. Y también a ellos les llevaba un pan o un fardel de alubias o de garbanzos.

En los Rasos se " daban " muy bien las patatas. Patatas que los " gatos " subíamos a comprar para sembrar porque " esas patatas están acostumbradas a las heladas ", decía mi tío Horacio, uno de los muchos " gatos " que entendían de patatas en " el pueblo de las patatas", que eso era Cereceda.

Las familiares de La Bastida me regalaban quesos, que yo bajaba  al hombro en una especie de alforja que mi madre me hizo con dos fardeles. También les compraba quesos para vender en la taberna.





Juana, la mujer de los Rasos, esposa de José, me regalaba huevos porque ella tenía muchas gallinas, bien protegidas de la zorra.

El refrán del comienzo del artículo tenía una segunda parte: " Nunca vayas a ver a un amigo sin llevar algo en la mano y volverás con las dos manos llenas ".


Fotos google.com

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