EL REBAÑO SIN CORDEROS
Cuando llegaba la Semana Santa, los corderos desaparecían del rebaño de las ovejas.
Entonces aparecían en Cereceda los rebaños de " las ovejas del queso ".
Los corderos se habían vendido para sacar un rendimiento pecuniario y las corderas - a las que se les había cortado el rabo el Domingo de Pascua Florida - se " echaban con las ovejas machorras y con los borregos ".
En esa fecha comenzaba mi trabajo de pastor.
Yo era especialista en cuidar " las ovejas del queso ".
Era un rebaño pequeño, de ovejas que se tenían por la mañana en el monte - mi lugar favorito era la Monte la Rade y las Lagunejas - y, tras comerme la merienda que llevaba en un fardel y consistía en pan y tocino frito y algún cacho de chorizo cocido o de adobao - las llevaba a los prados.
En los prados estaban resguardadas del viento y del frío y entretenidas hasta que llegara la hora de volverlas al corral para el ordeño.
En alguna esquina del prado y aprovechando las ramas de los chopos o de los robles, preparaba una fogata.
En esa fogata se quemaban las hojas que barría con una rama de roble o con ramas de alguna escobera, para que la yerba creciera libre si el frío o la helada de la noche la dejaba " viva ".
La llegada a casa era una alegría pues " no había perdido ninguna oveja, pasaba a calentarme a la lumbre de la cocina y un requesón lleno de miel jurdana me devolvía las ganas de ir a jugar a la plaza y al rosario".
Otro día sin escuela y sin deberes.
Así era mi vida en el pueblo con ocho, nueve, diez, once años.
Y así era la vida de " gatines ".
Foto salamancartvaldia.com
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