martes, 30 de noviembre de 2021

 LOS PLIEGOS DE CORDEL EN CERECEDA





Los pliegos de cordel que yo vi en casa de mi abuela Fausta eran una sola hoja en verso, acompañados de un grabado o varios, alusivos al tema.

Habían llegado hasta la cómoda de la sala en la casa de mi abuela Fausta, traídos por vendedores ambulantes que los colgaban de una cuerda colocada en la esquina de la iglesia en la parte izquierda de la fachada.

En mis tiempos infantiles allí había una casa en la que conocí habitando a dos familias distintas. Había una ventana " que daba a la plaza " y en ella se colocaba el cordel del que colgaban los pliegos.

El vendedor acudía a Cereceda en domingo o en día de fiesta y colocaba  sus pliegos durante la misa. Era la salida de la misa la hora propicia para hacer sus ventas.

Además de pregonar los pliegos, recitaba los primeros y los últimos versos para atraer la atención de los " espectadores."

Recuerdo que llevaba un guardapolvo gris, idéntico al del vendedor del calendario zaragozano que acudía cada otoño a Cereceda, y en sus bolsillos iba guardando con parsimonia de buen vendedor las monedas que le entregaban los compradores.

Yo nunca me gasté " ni una perra chica " en tal compra, pero mi tía Floripe, que era aficionada a " echar comedias " los compraba y yo los leía, a veces a la luz de la lumbre, por las noches.

Eran temas de amores o de amoríos, de crímenes o muertes en pueblos, de mozas abandonadas o de mozos conquistadores, e, incluso, recuerdo que en alguno de esos pliegos había trozos de la obra de Zorrilla: " don Juan Tenorio."

Había también pliegos que narraban aventuras de niños que se iban a tierras lejanas acompañados de su perro, o de animales que se juntaban para recorrer el mundo en busca de aventuras.

Mis favoritos eran dos niños que buscaban cuevas misteriosas por montañas con nombres imaginarios pues D. Lamberto me dijo que esas montañas no existían, se las había inventado el autor del pliego.

En alguna noche de invierno, tras la cena, en la que se reunían mozos en la cocina de la taberna porque el trabajo era escaso, recuerdo a un mozo que, subido en el escaño, leía o recitaba trozos de un pliego que su novia había comprado en la plaza.


Foto  google.com


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