miércoles, 3 de julio de 2019


JUNIO Y JULIO, HOZ EN PUÑO

En Cereceda aprendíamos a segar al mismo tiempo que a caminar, a llorar y a vivir en las tierras.
Cuando nuestras madres iban a segar, nos llevaban con ellas. En la burra iba la merienda, el barril y el " muchacho."
También nos llevaban a los huertos. Incluso nos llevaban a regar. Nos ponían en el último surco del cantero, que nos servía de cuna. Algunos aprendimos a nadar cuando el agua llegaba hasta el surco antes de lo que nuestras madres pensaban : el llanto y el chapoteo de las manos eran la sirena de alarma.




Los niños teníamos unas hoces especiales para la siega : los hocinos. Hoces pequeñas que tenían estrías y les sobraban las piedras de afilar. Nosotros segábamos a manos " limpias " sin manija. Esa siega era un peligro para los dedos.
- Vete segando las pajas sueltas del final del surco y ¡ no te cortes !. Ese consejo lo escuché mil veces a mi madre y a mi padre.





Los segadores llevaban hoces que aguzaban al llegar a las tierras por la mañana y por la tarde. Sus manos se protegían con manijas de tres dedos juntos o con manijas de dediles, un dedil para cada dedo.
Las hoces se liaban con un saco viejo para llevarlas en la burra.
Había que apretar la hoz en la mano para que no resbalara con las pajas, sobre todo, si el trigo estaba mojado o poco seco.
Siempre existía el peligro de las " centenas," la trepollera de centeno que nacía entre el trigo.
A mí me gustaba llevar la hoz en la mano, con el corte hacia atrás por si te caías en el camino. Caída producida por los malos caminos, por las albarcas, el calzado de la siega, o por el cansancio.

Fotos    patalosoblogspot.com

             vdelcampillo.wordpress.com  ( www.google.es )

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