martes, 21 de febrero de 2023

 PORTERA  A LA IMAGINACIÓN








La dehesa boyal de cualquier pueblo pequeño de la provincia de Salamanca era monte común, monte que explotaban los vecinos para el alimento de sus ganados y para la extracción de madera para sus casas y leña para sus hogares.

Las dehesas estaban delimitadas por paredes de piedras sin nada que las uniera, excepto el saber " hacer pared " del hombre del pueblo que las levantaba.

En las entradas o porteras - así las llamamos en Cereceda - se colocaban dos piedras grandes, piedras de cantería, en las que el herrero del pueblo hacía unos agujeros para colocar los pernios que sostendrían las puertas, también de hierro, y también forjadas por el herrero del pueblo.

Lo que había, una vez traspasado el umbral, dependía del bosque que dentro se encerraba. 

Había bosques " abiertos " de encinas y bosques " cerrados " de robles o de castaños.

El bosque de la dehesa boyal de Cereceda es de robles.

La primavera convertía la dehesa boyal en una " selva " pues crecían matas y rebollos por todas partes, pero el final del verano y la llegada del tardío - nombre del otoño en Cereceda - transformaba la dehesa en un paraje fantasmagórico.

A mí me gustaba ir a la dehesa en primavera por la abundancia de flores que te acompañaban por todas partes. Nacían flores hasta en los caminos que los carros habían abandonado, tras la recogida de la hoja para cama de los animales.

En cambio, la dehesa me daba miedo cuando los " secarones - las ramas secas de los robles - colgaban como brazos muertos del espíritu de la dehesa.

En mis veranos en el pueblo he dejado de ir a la dehesa porque abundan las escoberas y las zarceras y los jabalíes que levantan con sus hocicos el césped verde para buscar raíces y hongos.

Hoy la dehesa boyal de Cereceda es más misteriosa que cuando íbamos a juntar hoja o a buscar secarones para la lumbre.


Foto  pinterest.es

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