miércoles, 19 de febrero de 2020

UN TRILLIQUE DE AYER     ( Artículo 2.800 del blog )

El blog  publica hoy un artículo de la Revista PATALOSO.
Este artículo fué publicado en el nº 4. Agosto 2.019.
Su autor es el Dr. Manuel Marcos Robles, oftalmólogo. Director médico de la Clínica Oftalmológica  Las Claras en Salamanca.
Manolo, como lo llamamos " gatos " y " gatas,"  es hijo y nieto de " gatos " y pasó los veranos de su niñez en Cereceda.







A mi padre y a mi abuelo desde Pataloso.

Ya no he podido subir corriendo ni llegué por el camino levantando polvaredas como cuando iba al prao del Raigal a buscar las vacas.
Deben pesar mucho los recuerdos de hace 50 años. Bueno, no pesan los recuerdos, es el peso de eso, de los años. Los recuerdos animan a subir al monte y los ojos pueden contemplar el pueblo de Cereceda, " mi pueblo,"  y redescubren la infancia. Y del corazón salen sentimientos positivos, nostálgicos y muchos más, alegres que tristes.
Hace ya muchos años que me llamaban trillique. Si hoy le digo a mis hijos, no ya a mis nietos, "trillique "  no imaginan lo que era una parva, ni dos vacas uñidas a un yugo, ni siquiera lo que es un trillo que han visto muchas veces convertido en mesa de salón en nuestra casa de Acebo.
Trillar y Cereceda. Me encantaba ir a Cereceda.  Salíamos los primeros años desde las cocheras de San Isidro, junto a la Clerecía. Habría preferido montar en el auto-res para ir a Medrid, pero aquello tardaría mucho en llegar. Y además, donde me gustaba estar en verano era en Cereceda. El escaño de la cocina del abuelo Ángel era el mejor sitio para dormir la siesta y para escuchar la radio por la noche. No había televisión pero había radio. Para ver la televisión en Cereceda algunas tardes iba al teleclub debajo del bar de Braulio y Orfe ... pero pocas porque había cosas mucho más interesantes : hacer pozas en la regadera de la casa de Tino y Anamaría.
Con dos bogallas y una lata hacíamos un carro de juguete, con cuatro tapones de botellines de cerveza una carrera ciclista. Poca ambición y mucha felicidad.
Y dar vueltas en la parva con dos vacas cansadas que cada vez iban más despacio. Menos mal que con la vara de vez en cuando aceleraban y en alguna ocasión decidían salirse y alborotar la paz de la trilla en aquellas interminables jornadas de pequeños trabajos que deseaban ver el coche de línea en la Peña el Gato, lo que marcaba el fin de la tarea.
La habíamos acortado con paseos con el botijo hasta la fuente de la huerta de Fortunato y con descansos a la sombra del cobertizo y riquísimas meriendas con lomo de la matanza.
Recuerdo que en alguna ocasión del botijo no regresó más que el asa ... como prueba eficiente del descalabro ocurrido por intentar pillar alguna rana.

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