viernes, 11 de diciembre de 2020

 VAINAS CON MORCILLAS CEBONERAS

En Cereceda se sembraban en los linares una especie de frejones que se llamaban " para seco ". Esos frejones con unas semillas gordas y redondas tenían que ser sembrados donde hubiera abundancia de agua. Mi madre los sembraba en el huerto Las Canalejas porque allí el agua era abundante.

Además había que ponerles tarmas. Las tarmas eran bardas delgadas y altas hincadas en el suelo - se les aguzaba la punta con un calabozo - para que los frejones se fueron enroscando " alredor ". A veces, aunque las tarmas fueran altas, los frejones sobresalían.

Estos frejones se cogían cuando estaban un poco " amarillos ". Se traían a casa y mi madre se encargaba, con un hilo especial, de enristrarlos con una aguja " gorda."

Luego los colgaba de adorno en la sala grande para que se fueran secando. 

Allí, colgados, permanecían hasta la mañana que cogía unos pocos para la comida de ese día.

Eran comida de invierno, de días de " pelonas " o heladas blancas.

En el puchero de barro, colocado en la lancha de la lumbre, se iban cociendo , a veces con añadido de agua caliente del " puchero chico " que servía de tapadera al puchero grande, lentamente, sin prisa.

En el puchero se ponía tocino, algún hueso de la matanza y morcilla.




Esta morcilla, que era uno de mis platos favoritos, se hacía el segundo día de la matanza y se colocaba en el portal colgada de un varal - palo largo - para que goteara sobre un haz de " gelechos ". Luego pasaba a la cocina y se colgaba de las puntas que había en la chimenea - claraboya hasta que estuviera bien seca. Se hacían manojos de cinco o seis morcillas que permanecían en la cocina y solamente la llegada del verano las trasladaba a la despensa.

Esa morcilla, con grasa, calabaza, cebolla y pan, era una parte muy importante del cocido del invierno.

Frejones secos con tocino, hueso y morcilla era un menú especial que " gatos " y " gatas " apreciábamos como se merecía.

Foto  ondojan.com

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