En mi casa la matanza reunía un grupo numeroso de hombres a la hora de matar los cebones y chamuscarlos, pero también era numeroso el grupo de las mujeres que ayudaban a mi madre a lavar las tripas, a hacer las morcillas, a hacer los chorizos y a meter los lomos.
La matanza exigía preparar ajos. Un trabajo para el que a mí nunca me pidieron colaboración pues yo soy enemigo de ajos y cebollas, " si las dejan en el sobrao no las comen ni los gatos ni los ratones, señal de que no es un buen bocao " les decía yo. Una frase que me había enseñado un viajante de quincalla que llevaba " de todo " en las dos maletas de su bicicleta. Una maleta delante del manillar y otra atrás " para equilibrar la carga ", decía el gran admirador de ciclistas famosos.
- Yo habría sido un ciclista famoso, me decía. Yo me voy de Cereceda a Arroyomuerto, bajo a San Martín y a las Casas, me doy una vuelta por Sequeros y vuelvo a dormir a tu casa.
Yo lo escuchaba boquiabierto porque sabía el nombre de todos los pueblos de Cáceres, de Ávila, de Zamora y de Salamanca, " la zona que yo recorro con mi bici. ¡ Y mira que hay cuestas ... ! me decía.
Mi madre siempre daba esta respuesta a quien le preguntaba por la época buena para sembrar los ajos.
- " Los ajos por Navidad, ni nacidos ni por sembrar. Hay que sembrarlos en cuarto menguante, porque si los siembras en cuarto creciente, a la mañana siguiente están todos encima del surco, y se han salido de la tierra."
Yo nunca lo comprobé, porque, si lo decía mi madre, era seguro que los dientes de ajo se salían del surco por la noche y aparecían en lo alto del " caballón " en el que los sembraba, al día siguiente, untados de ceniza, pues mi madre los sembraba entre ceniza para que no se los comieran los " bichos."
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